RELATOS:
CUANDO ERA NIÑA…
¡Pensar,
pensar y pensar!, no he dejado de hacerlo, cuando era niña contemplaba el cielo
cada noche desde un lugar lejano de la ciudad apartada de la muy contaminada ,
ruidosa y tan iluminada por las noches que no permitía a los ciudadanos mirar
hacia arriba, hacia el profundo cielo oscuro adornado por millones de
brillantes, diminutas e incontables
luminarias a la vista, ¡era hermoso!, ver cuando una de ellas emprendía
un vuelo fugaz, ese destello de deseos, pedir uno era inevitable, mis grandes
deseos cargados de emociones se conectaban con ese pedacito de cielo. Aún
recuerdo cuando tenía cinco años de edad, mi primer día de escuela en el
jardín, lloré mucho, tenía miedo, los rostros de mis compañeros no eran
amigables, mofaban, empujaban y hacían gestos que aterraban. Yo era muy pequeña
e introvertida, casi no hablaba con
nadie. No sabía qué decir, que temas eran de conversación. Aún así jugaba con
mis plastilinas creando imágenes, siempre recuerdo que hice una culebra,
también me monté en los tacos y me creía una malabarista, era una experiencia
sensacional que me marcó hasta ahora siendo adulta. Recuerdo cuando nos
llevaron a pasear por la calle principal, todos en fila sobre la acera metidos
en un cordón de mecate con forma de escalera. Mi padre esperaba por mí a la
salida, el único momento de estar en contacto con la ciudad era la escuela,
luego me internaba en la más profunda y densa vegetación, en medio de ella una
granja avícola que albergaba únicamente a los trabajadores y familiares. Una
casa distante de otra, a unos 6, 10 y hasta 50 kilómetros. Vivía en una colina,
al borde de ella podía apreciar al fondo las dos lagunas de agua cristalina,
algunos galpones de aves y tres casas. Me gustaba gritar, las montañas me
devolvían mi voz en forma de eco, decía cualquier cosa que pasara por mi
inocente cabeza y escuchaba de vuelta mi voz. Allí aprendí a hablar con los
animales, siendo de nueve años, aún de 14 años me acercaba al galpón que está
detrás de la casa, allí podía visualizar a 10.000 aves, me paraba cerca de la
esquina del galpón y los miraba, ellos también lo hacían. Entonces aprovechaba
la oportunidad para hablar sobre mis clases del colegio y también sobre Dios,
les aconsejaba hacer lo bueno, a portarse bien para ganarse el cielo, las aves
me miraban con atención, estaban erguidas con su pescuezo bien estirado y su
pico amarillo de un lado y con un ojo me observaban por segundos mientras otros
comían, dormían, corrían o simplemente se echaban a descansar sobre la seca concha
de arroz. Pasaban los años y no dejaba de ver el cielo, una de esas tardes
montada en la plataforma de la camioneta roja que conducía papá, recuerdo eran
las seis de la tarde, estaba oscureciendo, cuando de pronto íbamos hacia la
casa, a poca distancia decidí ver hacia arriba otra vez, fue sorprendente ver
tan cerca una bola de fuego con una cola gigantesca, era de color anaranjado,
amarillo con rojo y marrón, su cola era larga, su velocidad hizo que su paso se
convirtiera en cortos segundos. Fue increíble captar esa imagen que estará en
mi memoria para siempre. Al siguiente día escuché el noticiero, papá siempre veía las noticias,
no entendía mucho sobre las guerras entre Irak e Irán, pero si entendí cuando
dijeron que había caído un meteorito cerca de Italia, hizo mucho calor y
murieron muchas personas. Vi desde las más pequeñas estrellas fugaces hasta el
más gigante y peligroso meteorito que impactó con la tierra. También aprendí a escuchar a aquella densa vegetación que ocultaba
misteriosamente leyendas que aterrorizaban, hacían estremecer el cuerpo, la
piel se erizaba como la piel de gallina, escuchaba voces, risas, gritos,
silbidos. Luego me acostumbre a ello,
tanto que…