ES LA NOCHE DEL DIEZ DE ABRIL, mi corazón estaba agitado por una carga
energética de presiones neurológicas constantes que lo golpeaban, falta de oxigeno cerebral por no cumplir con
el proceso de inspiración profunda, instintos comunicativas internas, enviando al cerebro y
este al corazón, así estaba yo frente al
computador arcaico de mi oficina, sentada en una silla reclinable de
tapiz rojo, parecía la silla del gobernador
con ruedas giratoria confortable pero con el único defecto que la hacía
diferente a todas, la palanca de nivel hacia subir la silla al nivel mas cómodo
para posar mis brazos sobre la mesa, de momento ésta por fracciones de segundos
comenzaba a bajar milésima por milésima hasta convertir el clima de paz en
tortuosos segundos dolorosos, esa silla
malvada me ha causado grandes malestares, me mantiene entretenida en subir y bajar
de nivel, no puedo fijar mi atención en las más insignificantes grafías que
debo combinar perfectamente para hacer del discurso de mi jefe, el más
brillante, un emblemático, conmovedor y cautivador mensaje que toque el
corazón, abra la conciencia y condicione la conducta de la audiencia a tomar
las decisiones que nos parece conveniente. Finalmente he culminado el discurso,
ahora corresponde imprimir dos cuartillas de palabras hiladas entre sí,
entretejidas como la perfecta red de la tarántula negra que tiene mi vecino como
mascota, cada vez que llego a mi casa, la curiosidad conduce mis ojos a ver
hacia mi derecha, cerca del jardín, una red tejida con el acabado perfecto para
atrapar a los insectos que transitan libremente por el jardín de flores, esa es
mi labor, hilar hilar e hilar hasta lograr combinar con gran ritmo, melodía y
entonación los sonidos más esperados por ellos, son las vibraciones con la
frecuencia perfecta para escuchar un sí aprobatorio. Todo está listo, entregaré
el discurso al jefe que debe estar ocupado en solo firmar documentos, su cara
dura me estremece, su entrecejo ceñida, y su respiración agitada me lleva a
pensar que algo anda mal, hice creer que estaba desapercibida, solo pedí
permiso y coloqué el discurso sobre su escritorio… RELATOS COTIDIANOS. PROFESORA YOLY GARCÍA